Cómo atropellé a tu madre (Cap.4)

Mi madre estuvo 4 días internada en el hospital.

El día que la ingresé llamamos a mi tía para que estuviera enterada de lo que había sucedido y llamé a mi papá para fuera al hospital en cuanto pudiera.
Prometió llegar a las dos y media de la tarde.

Para realizar las llamadas tuvimos que salir del hospital, ya que yo no tenía crédito suficiente en mi celular para hacer llamadas. Nos tardamos aproximadamente media hora, cuando regresamos para hacer el papeleo correspondiente el doctor Potter me vio y se alegró, dijo que nos habían buscado por todas partes y como no nos encontraron pensaron que nos habíamos escapado.

Hasta cierto punto hubiera sido buena idea.

Total, quedó terminado el ingreso de mi madre y nos llevaron a un lugar donde nos indicaron que debía ponerle la bata, ella se horrorizó pero igual era obligatorio, así que le ayudé a quitarse lo que traía encima y a  colocarse la bata. En seguida nos llevaron una camilla y un camillero muy amable nos llevó a una especie de habitación muy amplia con camillas muy bien ordenadas. Era urgencias  ortopédicas. O algo así.

Estando ahí, mientras le abrían expediente a mi mamá yo tuve que ir a servicio social a explicar qué había pasado. Evidentemente, y por capricho de mi madre, di la versión de las escaleras y no fui descubierta, gracias a dios, no sé qué hubiera hecho si me caen en plena mentira.

Estuve un buen rato con ella, le dí de comer y unas pastillas (que no quiso tomarse y tuve que esconder), me sacaron cerca de las dos de la tarde.
Me senté en el área de espera e informes mientras llegaba mi papá y tenía tanta preocupación de que él llegara y no me encontrara que decidí no comer ni ir al baño aunque me moría de hambre, para que él no se confundiera.

Y así dieron las tres, las cuatro... las cinco de la tarde y entré a la segunda visita sin que mi papá hubiese llegado.
No tenía yo ni veinte minutos adentro cuando él llegó, como de película, se metió en contra de la voluntad del policía de la entrada y una enfermera lo ayudó a llegar hasta mi mamá.
Mientras hablaban yo me salí, para que no fueran a sacarnos a los dos gracias al espíritu aventurero de mi papá.

Cuando salió me dijo que esperaría afuera hasta que yo saliera de la visita, así que entré y estuve con mi madre hasta las seis treinta más o menos.
Como desde ese momento estábamos en espera de que la subieran a piso, mi papá me llevó a casa para que comiera y él regresó a la visita de la noche para saber qué iba a pasar.

Pues no la subieron ese día.
Y tampoco al siguiente.
Y tampoco al siguiente.

El lunes mi papá se iba a turnar con mi tía para estar con ella cuando la subieran a piso, él llegó allá a las 9:30 y le dijeron que en el transcurso del día la subirían a piso. El acuerdo era que en la visita de la tarde mi tía me avisaría qué pasaba, pero no pudo ir porque su hijo de seis años se puso malísimo y tuvo que llevarlo al doctor. Yo me enteré hasta las siete de la noche que salí de trabajar.

Me desesperé horrible, quería bajarme en ese momento del transporte e ir al hospital para saber qué había pasado.
Se me hizo un nudo en la garganta. Pensé en mi madre ahí sola en el hospital, operada y abandonada.
Manuel me convenció por teléfono de que lo mejor era llegar a casa y llamar al hospital para saber qué decían sobre ella. Así que llegué a casa, me puse como Magdalena y empecé a buscar los números del hospital. Nada.

Se me ocurrió llamar a Telmex y pedir algún número para comunicarme y ¡voilá! urgencias al alcance de una llamada telefónica. Marqué y casi de inmediato me contestó una señora muy amable que me dijo que mi mamá seguía en urgencias, que debía ir mañana a la primera visita para saber si ya la subían a piso.

Me tranquilicé y cuando llegó mi papá le dije que yo me encargaría todo el martes, pues había pedido el día para estar allá. La noche se me pasó de volada y al otro día sentí que casi no había dormido nada, pero el desayuno ya me esperaba en la mesa: café y un sándwich que mi papá me había preparado.

Mientras comíamos me contó que habían llamado a las tres de la mañana: querían dar de alta a mi mamá. Obviamente él se enojó bastante, en primer lugar por la hora y en segundo porque no supieron explicarle nada. Le dijeron que ya no la iban a operar y que tenía que llevársela. Bueno, cualquiera se enoja.

Salí antes de las siete directo al hospital y llegué allá a eso de las ocho y cuarto.
Esperé hasta las nueve a la visita y se demoraron casi quince minutos.
Adentro me esperaba una mamá sentada e impaciente con un brazo totalmente enyesado.

Resultó que a fin de cuentas los doctores valoraron las fracturas y decidieron que la inmovilización había ayudado bastante a la recuperación del hueso y que mejor que la cirugía era el reacomodo manual de la muñeca. Así que manipularon el hueso y le colocaron varias capas de vendas y yeso.

Suena mejor así que como se lo dijeron a mi papá ese día a las tres de la mañana ¿no?
Me indicaron que debía tener el yeso por un periodo de cuatro a seis semanas (¡Dios bendito, no podré hacer nada!) y que una vez terminado el lapso había que acudir a la clínica familiar correspondiente para valoración y retiro del yeso.

El alta fue otro caso más, pues la enfermera en turno había perdido el papel del ingreso y los registros de los médicos que debía entregarse para que me entregaran a mi madre, pero como no quiero hacer coraje mejor no me acuerdo de eso.

Y así fue como terminó la estancia de mi mamá en Traumatología de Lomas Verdes y volvió a casa con varios kilos de más gracias al yeso.

(continuará)

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