A mi me gusta andar de pelo suelto

Creo que toda la gente sabe que una de las cosas que más odio en esta vida es peinarme.
Es que es algo que me supera, simplemente no lo controlo.

Cuando me corté el pelo, en septiembre del 2011, todo era miel sobre hojuelas: no necesitaba más que humedecer mi cabello y usar una mini gota de crema para peinar y ¡listo! mi rebelde greñero se convertía en una fierecilla retozona (?) no sólo en las fotos, también en la vida real.
Sin embargo, con el paso de los meses todo el amor se fue convirtiendo en odio.

"¡Estúpido cabello del demonio!" era mi frase favorita todos los días por la mañana cuando intentaba arreglarme para salir a trabajar. Y es que una vez que el largo de mi cabello pasó el nivel de mis orejas comenzó a mandarse sólo otra vez.
Y cada día que pasaba era peor, ningún peinado me quedaba, mi cabello era demasiado corto para sujetarlo y al mismo tiempo demasiado largo para mantenerlo a raya con una simple diadema, además de que, no sé por qué, desde niña siempre me ha crecido más rápido del lado derecho que del izquierdo y se veía MUY disparejo.
Y muy es una palabra muy grande...

Mi mamá se limitaba a mirarme en silencio hasta que un día me vio tan desesperada que me sugirió que me lo cortara nuevamente. Supuse que si todo había sido felicidad con el cabello corto el hecho de que le quitaran volumen podría ser benéfico.
CRASO ERROR.

En junio, después de mi segundo corte de cabello (el primero fue un despunte en abril del año pasado) parecía más bien que algún animal hambriento me había agarrado a mordidas y se había comido la mitad de mi cabellera. Fue horrible, mi estrés matutino aumentó 400% y mi cara frente al espejo era algo así:

¡DIOS! ¿POR QUÉ A MI?

Tengo tres gorros que fueron bastante útiles en esta difícil temporada de mi vida, ocultaba mi cabello de bajo de uno de ellos y luego fingía que tenía demasiado frío para quitármelo, aunque afuera hubiera 35° C.

Ya pasó más de medio año y actualmente mi cabello es amarrable:

Bueno, más o menos...